¿Qué pasa cuando no paras? El estrés y sus fases

Jul 3, 2021 | CONSEJOS, DESCANSO, PROBLEMAS FISICOS | 0 Comentarios

¿Sabías que el estrés cuenta con sus propias fases? Aunque podamos experimentar una sensación instantánea y repentina de agobio, ansiedad y un “no puedo con la vida”, la angustia y el nerviosismo que lo caracterizan, pasan por diferentes etapas. De la misma manera que sucede con otros trastornos de índole psicológico y/o emocional, el estrés se puede manifestar físicamente con señales leves, moderadas o graves.

¿A qué llamamos estrés?

Habría que partir primero contestando esta pregunta tan básica. Aunque nos hemos acostumbrado a usar la frase “estoy estresado” ante cualquier incidencia que nos provoca algún bloqueo mental, la realidad es más seria que todo eso. Llamamos estrés a toda aquella reacción que nuestro cuerpo ejerce ante cualquier cambio que precisa de ajustes o respuestas por nuestra parte. Es decir, mientras nuestro cerebro experimenta estímulos físicos, mentales y emocionales, el cuerpo reacciona a estos cambios. Ese choque dicotómico entre cuerpo y mente puede estar causado por situaciones negativas o incluso momentos felices y positivos.

Entender cuáles son esas señales físicas es importante para poder diagnosticar el estrés y, por tanto, combatirlo. Afortunadamente, sus síntomas son tantos y tan variados que, a pesar de ellos, podemos reconocerlos: Mareos, dolores y tensiones musculares, oscilación de peso, insomnio, sudoración fría, pérdida de apetito sexual…

Las 3 fases diferentes del estrés

Fase 1: La reacción de alarma

Tras situaciones como un ascenso, la sensación de que nuestro trabajo pende de un hilo u otro tipo de retos laborales o académicos, nuestro cuerpo emite una respuesta casi inmediata. De repente, la movilización de nuestro sistema nervioso responde ante este estrés. Nuestro estado de ánimo se ve afectado, provocando cambios en la coordinación de nuestro sistema corporal, la regulación del sistema cardiovascular, la respiración, la tensión muscular e incluso ciertas actividades motrices.

En esta primera etapa del estrés es cuando los síntomas se presentan en forma de palpitaciones, jadeos, sequedad en la garganta, aparición de la ansiedad, vómitos o náuseas, respiración agitada y dolor o tensión en la espalda, el cuello o los hombros.

Fase 2: Resistencia

Como nuestro cuerpo no puede pasarse toda la vida experimentado esa fase 1 (o reacción de alarma), de manera inviolable acabamos pasando a una etapa de resistencia. Es decir, una fase en la que, tras la exposición primaria al miedo, nuestro cerebro intenta desarrollar una especie de estrategia. Como si fuera un manual de supervivencia, el cuerpo sabe que ha de enfrentarse ante esta nueva situación vital. Es aquí cuando los mecanismos de reacción pueden variar entre los positivos que nos ayudan o los negativos (siendo estos últimos los que nos pueden provocar problemas emocionales o psicológicos).

Sin ir más lejos, entre las medidas que más nos pueden perjudicar están las que consideramos a corto plazo. Para acabar con esta situación de estrés, ingeniamos estrategias o tácticas cortoplacistas que nos ayuden a escapar del estrés. Y aunque a veces pueden resultar satisfactorias, en otras ocasiones se convierten en parches que no mitigarán a largo plazo el estrés y la ansiedad.

Fase 3: Agotamiento

Cuando el estrés no remite y se prolonga en el tiempo, acabamos padeciendo problemas crónicos, además de un agotamiento mental y físico que puede acabar derivando en una depresión.

Esta fase consta, a su vez, de tres vertientes que afectan de manera física, emocional y psicológica:

– Desorden físico: Cansancio, dolor de cabeza, migrañas, asma, dermatitis, dolores de espalda, hombros o cuello, hipertensión arterial, gastritis, resfriados, aumento o pérdida de peso, insomnio…

– Desorden emocional: Ansiedad, depresión e incluso ideas suicidas.

– Problemas psicológicos o mentales: Dificultad para concentrarse, desorientación, falta de memoria…